(OSG) ORQUESTA SINFÓNICA DE GALICIA

Anoche disfrutamos un concierto de los que hacen afición, con un repertorio variado, de los que pueden satisfacer intereses y gustos bien distintos. Se abría con una obra de un compositor lucense, lo cual a uno le produce una cierta emoción y, si me permiten los de mi tierra de adopción, asombro. Bal y Gay es un histórico de la música gallega, e incluso tiene su pequeño huequecito en la española en el grupo de los tardo-nacionalistas–si se permite la palabra pues cada vez están más en tela de juicio los nacionalismos musicales. De hecho Maruxa Baliñas evita la palabra en unas amenas y sugerentes notas al programa en las que nos cuenta como el propio compositor con el paso del tiempo no se encontraba a gusto con estas Tres Piezas (por motivos extramusicales). Me parecieron sin embargo muy atractivos los dos primeros movimientos. No tanto en el tercero un tanto pobre de ideas, en el que me vino a la cabeza la palabra que Paco cita, pachanga. Pero los dos primeros muestran un muy buen trabajo orquestador y dosis de inspiración. Música ya anacrónica pero que sin duda merece ser rescatada de su olvido como reconocimiento a nuestros propios creadores. Fue recibida con calidez.

Después uno de los caballos de batalla del repertorio con una de las pianistas de moda Alice Sara Ott quien estuvo desde luego a la altura de su fama. La frescura que transmite –incluso toca descalza- sea calculada o espontánea se refleja en su forma de hacer música, con gran compromiso y musicalidad, sin caer en una simple ostentación de virtuosismo. Aun así no mostró mayor problema en los retos del concierto con su octavas vertiginosas, arpegios delirantes, las famosas escalas del final, todo resuelto sin mayor dificultad, lo cual no deja de asombrar pues su menuda y estilizada figura se enfrenta en esta obra a un reto físico de armas tomar. Es más, sorprende el carácter percusivo de su sonido. En una interesante entrevista de La Opinión –a propósito con preguntas muchos más sustanciosas que las que por ejemplo leemos en su pretendidamente más sesudo rival periodístico de la ciudad- contaba que lo había hecho unas ochenta veces en concierto. Esta es una de ellas:



En cuanto al acompañamiento la orquesta impecable y como era de prever Víctor Pablo optó en los dos primeros movimientos por impregnar la obra de solemnidad y trascendencia, marcando ya desde la célebre introducción por un tempo contenido. La solista se adaptó perfectamente y en vez de querer imponer su visión de la obra buscó una sintonía con el director. Esa es la sensación que transmitió, de estar realmente más interesada en hacer música que en pirotecnias. Éxito y propina y detalle bonito al entregar el ramo de flores a la solista de flauta que esta noche no fue la principal –esperemos que no se hayan cumplido sus negros presagios- sino la asistente María José Ortuño que estuvo magnífica en sus solos.

Y ya en la segunda parte la Sinfonía Nº15 de Shostakovich. Victor Pablo tras la Novena de Bruckner y la Sexta de Mahler volvía con el tercero de sus compositores estrella, Shostakovich. Con él le he visto sus mejores conciertos. Así que la cosa prometía. También la descripción de Paco en el foro de la entrega en Santiago invitaba al optimismo.

Para mi éste era el momento más esperado de la temporada, tanto tiempo escuchando la Quince de Shostakovich en disco, cassettes y CDs y por fin poder escucharla en vivo es un lujo para los que vivimos en la periferia de la periferia. No es una obra que las orquestas traigan en gira para lucimiento con lo que si no es gracias a la existencia de la Sinfónica sería complicado escucharla. Y tardó ese sueño en hacérseme realidad, pues anoche como indicaban las notas era estreno con la orquesta. Mereció mucho la espera y esta música sobrecogedora (perdón por la referencia a los sobres) disfrutó una interpretación de lujo, en la que la orquesta brilló en todas sus secciones al máximo y Víctor Pablo encontró la forma de hacer que la partitura cobrase vida de forma convincente, creíble, arrastrando al oyente a ese tenebroso mundo de Shostakovich. Para mi la mejor prueba de su eficacia es que consiguió que escuchando la obra me olvidase un poco de la impronta que la discografía le deja a uno y me sumergiese en su lectura, personal pero no extrema. Únicamente en el lírico tema que cantan los volines primeros en el final, me hubiese gustado que ese obviamente injustificado optimismo hubiese sido realzado pues es para mi el contrapunto ideal a la inevitable tragedia que subyace en la obra y que concluye en la demoledora coda. Esta fue magníficamente realizada por los percusionistas -se enfrentan a todo un reto- y tal vez sea prueba de ello el que asombrosamente el público respetase un margen de respetuoso y probablemente perturbado silencio al final. El mensaje de la sinfonía no es precisamente complaciente con el oyente.