(OSG) ORQUESTA SINFÓNICA DE GALICIA

Penúltima entrega del monográfico Tchaikovsky. De un plumazo tres obras de las que mi mayor interés se centraba en escuchar el Tercer concierto. Es una obra raramente programada, imagino que en parte por su escasa popularidad y tal vez por su requerimiento de un solista de primera línea para poco más de quince minutos de música, en general no tenidos en gran estima. Personalmente sin embargo los tres temas que configuran la obra siempre me han encandilado, pues a pesar de la relativa simplicidad con la que Tchaikovsky los trata y los engarza con el discurso del solista, están poseídos por una energía y una vitalidad desbordante.

Como solista intervino la coruñesa de adopción, Marjana Prjevalskaya. Marjanna llegó a la ciudad a los 10 años, pues es la hija de uno de los violinistas estandarte de la orquesta Vladimir Prjevalski, habitual ayuda de concertino, puesto que también ocupaba anoche. Es difícil no conmoverse imaginando la emoción que le embargaría viendo a su hija –que ya atesora una importante carrera internacional- no sólo siendo la protagonista de la noche sino además ofreciendo una interpretación fantástica, dándolo todo en un alarde de técnica, carácter y musicalidad. Una interpretación que se impuso plenamente a las dificultades de la obra, hasta el punto que en muchos momentos me decía, no puedo imaginar que pueda ser tocado este concierto con superior calidad y convicción.

El público respondió con un enorme entusiasmo y la solista respondió generosamente ofreciendo tres propinas de lujo; una Romanza sin palabras de Mendelssohn, un Etude Tableaux de Rachmaninov y finalmente unos espectaculares Fuegos Artificiales de Debussy. Tres propinas que hicieron desear a más de uno que no se demore la oportunidad de poder escuchar un recital suyo en Coruña. Casualmente es un privilegio que ya he tenido pues pude escuchar a Marianna por vez primera en el conservatorio de Lugo hace menos de un año –en su auditorio que como es habitual estaba incomprensiblemente semivacío- en un densísimo programa.

En cuanto al resto del programa la ya comentada ausencia de Znajder fue cubierta con la batuta de Ion Marin, que no me causó una grata sensación. Sólo consiguió atraparme en el primer movimiento de la Patética; siendo el segundo demasiado rutinario mientras que en el tercero optó de principio a fin por una contención tan exagerada que me permitió ganarle a Monca la apuesta previa de que no habría aplausos tras el mismo. Esa habitual entusiasta ovación que nuestra amiga Almudena de Maeztu comenta en sus amenas notas, esta vez no tuvo lugar. Sí se había producido la última vez que la orquesta hizo la obra, hace unos seis años con Carlo Rizzi pero es que este había sido un Allegro molto vivace sobrecogedor, abrumador. No fue el caso anoche. Aunque el Adagio fue algo más convincente en este caso se invirtieron los papeles y esta vez Marin curiosamente evitó la introspección que había exhibido en los movimientos previos optando por una lectura un tanto displicente en la que los clímax fueron construidos con superficialidad. Sólo la calidad de la orquesta salvó una Patética que no dejará la misma huella en Coruña que su antecesora de Rizzi.

Anoche asistimos a nuestro primer concierto del Festival Mozart. Una noche de domingo, final de puente -por estas tierras- no parece invitar excesivamente al disfrute de la música y más un programa tan manido como el elegido, pero nosotros y creo que todo el público -que acudió en un número elevado dadas las circunstancias; un 75 a 80% del aforo calculo- salimos entusiasmados. Y el mérito por supuesto de las obras, pero sobre todo de director, solista y orquesta, en cualquier orden.

La orquesta lo bordó. Sigue en el excelente nivel de forma con el que cerró la temporada. Y en estas obras brillantes e inspiradas que los músicos habrán tocado tantísimas veces pues pudieron lucirse al máximo. Ya digo, lo bordó; soberbias todas las secciones y solistas, con un sonido compacto y poderoso y una interpretación nada rutinaria; buscando la máxima expresividad. Como ya es habitual es injusto destacar a alguien individualmente pero esta vez lo voy a hacer con todos los metales, muy especialmente con las trompas que sonaron especialmente empastadas y brillantes.

También por supuesto excelente Belohlavek, un valor más que seguro que mostró su clase y buena sintonía con los músicos. Ni que decir tiene que en Dvorak la música fluía sobre ruedas, de una forma natural y convincente, pero al mismo tiempo cuidando todos los matices.

Y capítulo aparte lo que fue sin duda lo extraordinario de la noche, el poder ver en acción a Jorge Luis Prats. Hace poco dio un recital en Madrid cuya crítica Vela del Campo tituló "Un pianista deslumbrante" y a continuación en una crítica llena de alabanzas lo ponía a la altura de personalidades como Sokolov y Uchida. Y efectivamente no exageraba un ápice; más bien se quedaba corto. Es Prats uno de esos raros monstruos del piano. En Rachmaninov -aunque todo hay que decirlo los acordes iniciales fueron deslucidos por una extraña sonoridad, que una amiga pianista atribuía al pedal- hizo que el piano dialogase de igual a igual con la orquesta, por no decir en muchas ocasiones como su superior. Y es que la sonoridad que este hombre saca del piano es milagrosa. Un auténtico hombre orquesta pero a la vez dotado de una sensibilidad y musicalidad sublime, clarividente... y que dedos, mágicos.

Por supuesto arrasó con su Rachmaninov y devolvió los aplausos del público puesto en pie generosamente con cuatro propinas que tocó de forma desenfadada, cercana, como es buena parte del repertorio que le gusta. Empezó con unas bestiales variaciones sobre Carmen de Busoni; luego una hermosísima, llena de nsotalgia y aroma danza de Ignacio Cervantes y en tercer lugar lo que parecía una despedida en una breve Mazurka de Lecuona a base de glissandos, pero no pudo marcharse sin tocar una cuarta propina que ya terminó de hacer las delicias del público deseoso de pirotecnias; la Habanera de Lecuona ¡Una velada inolvidable!