Conciertos interesantes.

Hago una pequeña crónica del concierto de ayer en la Ciudad de la cultura. Breve por el poco tiempo disponible y es que estamos haciendo maletas; nos vamos unos días de vacaciones . Si todo va bien estaremos los próximos días una vez más por Munich. Esta vez no con la excusa de ningún concierto, pero sin embargo aprovecharé para visitar la exposición mahleriana Gustav Mahler in München und Wien que casualmente y para mi alegría coincide con esta visita http://www.stmwfk.bayern.de/Kunst/theatermuseum.aspx A la vuelta daré cumplida información. También coincide la estancia con una Quinta de la Münchener Philharmoniker dirigida por el eslovaco Juraj Valcuha a la cual espero asistir.

Pero vuelvo al concierto de anoche. Previamente las expectativas no eran excesivas. Versión de cámara ¿Mahler descafeinado?, un recinto improvisado -en un macrocomplejo en el que el auditorio y la sala de cámara son proyectos claves que difícilmente se realizarán-, un grupo y un director sin una trayectoria especialmente mahleriana… Era principalmente la curiosidad por escuchar la inédita en CD versión de Simon lo que me atrajo hasta la capital de Galicia. Y sin embargo fue una experiencia muy especial; para mi inolvidable.

Digo experiencia y no concierto porque lo que había preparado el TAC trascendía lo estrictamente musical. Todo funcionó a la perfección para que a pesar de lo improvisado del escenario –incómodas sillas dispuestas alrededor de los músicos, eso sí, con una gran proximidad- nos sintiésemos como en casa disfrutando una soiree musical o en gallego serán musical –de hecho así se titula el ciclo musical.

Todo se sumó. La grandeza y luminosidad del interior del edificio, la cercanía entre público y músicos -músicos de lo mejorcito de Filarmonía y Sinfónica con algún refuerzo-, todos ellos volcados en la interpretación, concentradísimos pero a la vez sonrientes, radiantes, disfrutando de la música.

Pero también el público, variopinto, de todas las edades, atentísimo, concentrado, sin caramelitos, ni toses, ni móviles, ni aplausos inoportunos. También hay que destacar al joven director Diego García quien probablemente no tenga un gran bagaje mahleriano a sus espaldas y que sin embargo evidenció un buen conocimiento de la partitura, cuidando con mimo las dinámicas, el tiempo, los matices, huyendo de lo rutinario, haciendo una Cuarta con la que por supuesto en más de una ocasión uno no se sentía plenamente identificado –especialmente en el Ruhevoll- pero que en otras me provocaba sorpresa por la asimilación que demostraba del lenguaje mahleriano. También la soprano Elena de la Merced estuvo a la altura en su comprometida participación. Y por encima de todo ¡Mahler que nunca deja de asombrar! La Cuarta desnuda, reducida a las mínimas voces seguía siendo una obra tan magistral y tan impactante como la versión auténtica. Todos somos consciente de las milagrosas dotes de Mahler como orquestador, y sin embargo estas versiones de cámara nos recuerdan -por si alguien tenía alguna duda- que su música es mucho más que un prodigio técnico pues en ella, además de técnica -o más bien por encima de ella- hay ideas, hay vida, en definitiva hay inspiración. Y aunque a buen seguro muchos de los que estaban nunca habían escuchado la obra en su versión auténtica, esta versión de cámara sorprendió y emocionó a todos como demostraron los aplausos y las ovaciones del -buena parte en pié- al final del concierto.

El concierto se precedió por un monólogo del entrañable y buen actor Carlos Blanco. Este monólogo contribuyó a que ya de entrada se difuminase la típica seriedad de los eventos de música clásica y se abordase la obra con la misma naturalidad con la que el actor evocó al joven Mahler. El concierto carecía de las típicas tópicas o sesudas notas de programa pero las retrancosas palabras de Blanco, irónicas, refrescantes pero también a su manera informativas probablemente fueron mucho mejor aprovechadas que los ríos de tinta de las notas habituales.

Sí, por un momento nos sentimos viendo y viviendo una especie de espejismo cultural en el cual la Ciudad de la Cultura parecía cobrar un sentido permitiendo algo diferente, permitiendo que la música clásica fuese ofrecida con calidad y respeto pero a la vez de una forma natural, nada ceremoniosa, muy cercana, informal, intuitiva.

Por si fuese poco tras el concierto se sirvió una modesta pero sabrosa degustación que hizo que el público en vez de salir corriendo a coger el primer taxi o a evitar el atasco de turno, se quedase en el recinto y que músicos, amigos, conocidos entablasen una espontánea charla post-concierto. Creo que merece la pena mencionarse que el máximo responsable de la cultura gallega fue toda la noche uno más entre el público disfrutando de la velada y seguro que sintiendo, como el resto del público, que por una noche Galicia era el país de las maravillas.

Tal vez pudo también pensar, como el resto del público, que traer a grandes nombres como los recientes Garança, Maisky o el inminente Barenboim aunque garanticen un lleno absoluto y provoquen más repercusión mediática, al final lo único que consiguen es perpetuar a golpe de talonario la tan manida y obsoleta liturgia de la clásica en la que los divos se pasean por los escenarios como objetos de museo desfilando ante un público que se limita a aplaudir su virtuosismo mientras ellos engordan de forma opípara su cuenta corriente.

El TAC demostró como con muchísimo menos dinero hacer muchísimo más no sólo por la música sino también por Galicia y su cultura, y en definitiva por todos los gallegos.