Conciertos interesantes.

Pues allá voy con mi contribución a la crónica de la Octava de la ONE / Macro-Quedada Internacional Mahleriana Madrid-2012. Viajamos por carretera desde Coruña el mismo día del concierto Maga y un servidor. Como prolegómeno mahleriano únicamente contar que para amenizar el recorrido y meternos en acción escuchamos en el camino cuatro sinfonías de Mahler, incluso tomando notas. Empezó la cosa en broma pensando que sería insoportable y sin embargo no fue mayor esfuerzo; no voy a decir que fuese como escucharse cuatro sonatas de Beethoven seguidas pero casi. Las versiones eran la Primera de Kubelik con Viena, la Segunda de Klemperer con el Concertgebouw, la Tercera de Boult con la BBC y el Adagio de la Décima de Scherchen con la Sinfónica de Viena. A la vuelta fueron Cuarta de Reiner, Quinta de Walter y Sexta de Mitropoulos con Nueva York. Nos quedamos a tres de la integral ;-)

Llegamos a la capital con tiempo para descansar de semejante tute de asfalto y ya en el Auditorio unos minutos antes de entrar nos reunimos todos los que íbamos a la interpretación de esa noche: César que ya la había disfrutado en la primera entrega, Robertino, Gustavo, Jan, Nico, Ritter, Graham. Muchas caras nuevas, presentaciones y todos expectantes e ilusionados con lo que se avecinaba.





Personalmente era mi séptima Octava; cada una de las anteriores había sido diferente en no pocos aspectos así que cualquier cosa podía pasar esta noche.



Al entrar en la sala impactaba la disposición de los coros ocupando en su totalidad el fondo del escenario, incluidos los laterales a ambos lados del órgano, desde la primera a la última fila. La escolanía en primera fila. Su número estaba claramente en desventaja en proporción a los coros de adultos y esto se notó en sus intervenciones más importantes.





La disposición de la orquesta era la habitual y los solistas estaban agrupados a la izquierda del fondo del escenario, entre orquesta y primera línea de coros. Esta disposición es similar por ejemplo a la de mi Octava en Salzburgo, pero Pons introdujo un interesante aspecto que según nos comentó Urlicht, ya había seguido en su Octava de la ONE de hace unos años: los solistas en la segunda parte en cada una de sus intervenciones clave desfilaban hasta la izquierda del director. Me pareció una idea magnífica pues aparte de concederles un mayor protagonismo visual y acústico este hecho introduce aunque sea mínimamente una puesta en escena apropiada desde luego al carácter narrativo del texto. Seguro que cuando los directores lo vean en el DVD de DG será una idea que tenga seguidores. A esto se unía otro aspecto; unos juegos de luces, que seguían una progresión elemental y que por lo que contó José Luis Pérez de Arteaga en la retransmisión del domingo –escuchamos la primera parte- fueron ideados por el equipo de la DG; se supone que en el DVD adquirirán mayor protagonismo del que tuvieron en el concierto.

Y ya entrando en la interpretación pues lo que más llamativo me resultó fue lo apabullante de la misma desde el punto de vista sonoro; sin duda la más apoteósica de todas las que he podido escuchar, lo cual para una obra de esa naturaleza no es un aspecto desdeñable. Cuando las voces del Veni creator cayeron desde el fondo de la sala sobre el patio de butacas aquello fue como si se abriesen las puertas del cielo. El número de cantantes era importante, unos 300, pero sobre todo las dimensiones y la configuración de la sala hacían que el sonido se concentrase de una forma brutal. En mis Octavas en salas tan inmensas como la Philharmonie de Gasteig, el Palacio de la Ópera de Coruña y el más que grande Grosser Festpielhaus de Salzburgo era imposible reproducir este efecto aunque el número y la calidad de los coristas era similar. Sí podría haber sucedido en mi reciente Octava de la Philharmonie de Berlín –auditorio más reducido y con mayor proximidad del público- pero en ella como conté en su día el número de cantantes –la mitad que en Madrid- era más propio de una Octava camerística. Sólo la Octava de la KKL de Lucerna se acercó a esta sensación acústica apabullante, pues también es una sala de dimensiones reducidas y además parte de los coros se disponían en los laterales. Pero aun así la aplastante sensación no fue comparable. Y es que los cantantes se dejaron las cuerdas vocales cantando a voz en cuello. En fin, fue una sensación que creo que no volveré a experimentar en muchas Octavas.

En cuanto al sonido de la orquesta, el patio no era la mejor ubicación para disfrutarlo. Se notaba que los músicos estaban lidiando con una masa coral imponente, y desde luego en las secciones puramente orquestales estuvieron a a gran altura, incluso sin apenas pifias, con unos metales extraordinarios; muy especialmente trompetas y trompas, que como dice Arteaga en su crítica demuestran que Pons cede la ONE a un gran nivel técnico.

En cuanto a la dirección de Pons éste prolongó la magnífica sensación que nos había causado en la Canción de la tierra de abril. Siempre concentrado, preciso, atento a coros, solistas, multiplicando entradas. Tras estos años de escuchar su Mahler con la Nacional mi sensación es que ha ido madurando y que cierta fogosidad o nerviosismo que transmitían algunas de sus primeras entregas ha dado paso a una concepción más sólida, más centrada en el resultado sonoro, en resaltar los incontables matices, cuidando al máximo al las transiciones pero a la vez buscando una consistencia global en el discurso.

A estas alturas está claro que se mueve como pez en el agua en las partituras de Mahler. Sabe perfectamente donde están sus momentos claves, aquellos que Mahler sabiamente repartía en su partitura. Y es que en mi opinión, como buen director de teatro, Mahler escribía claramente con el público en mente. No, no me refiero a que Mahler escribiese para la galería o basase su discurso en efectismos, sino justo lo contrario; su intención era llegar al público, moverlo y conmoverlo y esto lo hacía en base a un discurso ameno, rico en matices, en extremos dinámicos, en cambios de atmósfera inesperados y sobre todo creando progresiones movimiento a movimiento, eso sí, no monótonas sino salpicadas de clímax –no necesariamente fortes, sino también delicados pianissimos.

Pons -ya lo hizo en la canción de la tierra- muestra una perfecta empatía con esos momentos clave mahlerianos. Así en la primera parte se podría citar lógicamente la entrada del Veni creator, Allegro impetuoso que tantos directores asombrosamente transforman en un decepcionante Allegro moderato; el sutil crescendo orquestal que preludia el Accende lumen sensibus; el propio ataque del coro con la pausa tras la primera vocal, muy truculenta –no pocas grabaciones lo demuestran. Otro momento para mi de los más impactantes en toda la obra mahleriana es la transición a la reexposición del Veni creator, de la que siempre cuento como un mismísimo Bernstein es incapaz de explotar en sus tres grabaciones de la Parte I.

Todos estos momentos fueron magníficamente tratados por Pons, apurando al máximo como digo su capacidad de estremecer al público. Únicamente me falló un momento mágico que es menos llamativo que los citados y que siempre me ha fascinado: la disolución orquestal antes de la entrada de los niños en el inicio del Gloria. En la reciente octava de Berlín me puso la carne de gallina, pero también en la octava de Coruña. Otro ejemplo sería la grabación de Boulez radiofónica en vivo en Viena. Es el único momento en la primera parte en el que le diría a Pons; aquí has dejado de acariciar uno de esos puntos G mahlerianos. Sí es cierto que con los veinte minutos a tope que llevaba la orquesta encima no era un momento como para virtuosismos sonoros, ni por supuesto el relativamente escaso número de niños favorecía un mayor protagonismo; pero creo que se podía haber explotado mejor ese momento.

Pero además de ese pasaje puntual –debido más a mi fijación con él- sí hubo un reparo importante en el que creo todos coincidíamos a la salida. La dinámica había sido uniformemente extrema en toda la interpretación de la Parte I. En parte es disculpable pues imagino que teniendo la oportunidad de conseguir un despliegue acústico de ese calibre es difícil renunciar a ella. Al fin y al cabo la sinfonía está escrito para casi el triple de voces. Pero lo cierto es que todos los fortissimos de la partitura cantados a plena voz pudieron resultar excesivos. O incuso sin serlo, el problema llegó con la apoteosis del movimiento, el triunfal Gloria, en el que ya no había de donde sacar más decibelios. Supo a poco, pero no es que a Pons se le hubiese ido de las manos este truculento final- sólo hay que escuchar el churro que hace Rattle en su Octava- pues a mi juicio acertó con el tiempo y con los énfasis, sino que no pudo conseguir el impacto esperado, pues tras veinticinco minutos deslizándonos en la cresta de la ola, la culminación del movimiento transmitió una cierta sensación de deja vu.

Y ya que hablo de decibelios vuelvo realzar mi pasaje favorito de la primera parte; el pasaje que da paso a la reexposición del veni creator; pues éste fue absolutamente abrumador. Dudo que pocas veces vuelva a sentir semejante ola de fuerza y de sonido en una sala de conciertos; pero insisto, no sólo decibelios, sino también magnífica conducción por parte de Pons.

Con la segunda parte llegó el Adagio caritas que así Mahler calificaba la primera sección de esta segunda parte. Olvidados ya los excesos dinámicos repito los mismos elogios que en la primera parte para el director. Como curiosidad, llamativo como en las primeras páginas del movimiento marcaba Pons con una insistencia desmedida, jadeando audiblemente, los pizzicati y sforzandi de la cuerda. A la salida comentaba Nico que los músicos no necesitan semejante insistencia; bien saben lo que tienen que hacer.

Sea como fuera el resultado mereció la pena, aunque es cierto que este inicio de la segunda parte lo tengo que escuchar otra vez; pues después del terremoto de la primera parte todavía estaba uno palpándose el esqueleto, las fascias, el peluquín, etc. a ver si todo seguía en su sitio. En el coro de Anacoretas volví a sintonizar. Aquí yo prefiero más mordacidad de la que hubo; más juego con los ecos de las voces, pero a partir de los solistas fue una vez más una magnífica Octava

Excelente Skovhus como Pater Ecstaticus, mucho más dramático de lo habitual. También Dohnen como Profundus con una voz auténticamente tief aunque en este caso eché en falta más volumen. Tras los primeros coros de vírgenes y ángeles hacia aparición Dean Griffith con su difícil papel. El mismo tenor que en la Octava de Lucerna; eramos pues conscientes de su limitación, el reducido volumen de voz, en comparación por ejemplo con un Botha -habitual en este papel. Pero sin embargo Griffith aporta un timbre hermoso, sensual y tremendamente musical. Ya se sabe que Mahler buscaba un tenor heroico para este rol, pero personalmente voces como las de Griffith creo que proporcionan una magia, un hechizo, que casa perfectamente con sus emotivas intervenciones. Su Jungfrau, Mutter, Königin, antes del Adagissimo –éste sublimente dirigido- o su Blicket auf hicieron que se me empañasen los ojos. En cuanto a las féminas su nivel medio fue más que notable. Las más sufridas Una poenitentium y Mater gloriosa salieron perfectamente airosas del reto. Y para no extenderme mucho decir que en el interludio orquestal antes del coro místico la ONE volvió a demostrar su buen nivel y -ya finalmente- el propio coro fue modélico, tanto en la parte coral como en la conclusión orquestal. Magníficos tanto el imposible hiperpianissimo inicial –sobrecogedor, sobre todo teniendo en cuenta las alturas a las que los coros nos habían llevado en la primera parte- como la una vez más apoteósica en el buen sentido culminación coral –que por cierto, a Maga siempre le sabe a poco. Y de la coda orquestal; pues fue un milagro que no se cayeran las paredes del Auditorio Nacional. El público reaccionó de la única forma posible, estallando en atronadores aplausos y bravos. Nada de esos silencios de eternos segundos que uno ha vivido sin dar crédito a sus ojos en Munich o Berlín. Repetidas salidas agradecieron el entusiasmo del público puesto en pié entre el que se encontraba entusiasmado nuestro querido Arteaga –y él sí que habrá vivido Octavas- y al que no pudimos saludar pero que seguro que surgirán futuras ocasiones.

Una Octava con sus luces y con sus sombras pero que recordaré mucho tiempo pues junto con la Lucerna es de las pocas interpretaciones que he podido escuchar en vivo que han hecho honor a la obra. Que pena no haber estado en Amsterdam