Learning to love Gustav Mahler

No sorprende que las celebraciones del 150 aniversario del natalicio de Gustav Mahler eclipsen otras del año, bicentenarios de Schumann y Chopin incluídos; sí asombra, el aluvión de ``confesiones'' de músicos y más aún críticos profesando una admiración devocional.

Curioso consenso que reconfirma --como él bien profetizó-- haberse anticipado a su tiempo. Tan inabarcable como indescriptible en pocas líneas, bastaría con decir que ``Mahler nos cambió la vida''. Su vigencia reside en haber aliado la monumentalidad de Wagner al intimismo de Schubert, a Oriente con Occidente en un mosaico multicultural de religión, filosofía y sonoridades que reflejan paralelismos indivisibles entre su mundo y el nuestro. Agorero (pero reconfortante), con un pie en cada siglo asistió al estertor de una era, la resumió y su eco llegó hasta el siglo XXI.

El secreto de su sonido inconfundible (``un mar de espuma sonora'' según Norman Lebrecht) quizás resida en haber compuesto sólo en verano; como si al dirigir la ópera vienesa hubiese guardado celosamente esa energía para liberarla en el aislamiento de las cabañas de Steinbach-am-Attersee o Maiernigg, para testimoniar el frenesí moderno, el transcurrir de la naturaleza y nuestro diálogo con el Creador.

En mi caso, Mahler señala un antes y un después. Su advenimiento se produjo, como para tantos de mi generación, gracias a Luchino Visconti que enmarcó Muerte en Venecia en el sublime Adagietto de la Quinta Sinfonía para crear nexos inauditos, enriqueciendo incluso el relato de Thomas Mann. El impacto de la partitura fue tal que una anécdota cuenta de un productor de Hollywood urgiendo contratarlo para musicalizar sus películas.

Antes que el capolavoro viscontiano --más elocuente que ``biopics'' como Mahler de Ken Russell o La novia del viento sobre la colorida vida de Alma-- despertara la fascinación de nuevos públicos, el mundo musical tuvo en sus dilectos Bruno Walter y Willen Mengelberg --cómo olvidar a Otto Klemperer, Fritz Reiner o John Barbirolli-- paladines que lucharon frente a la postergación y olvido cuando no contra el rótulo de música degenerada decretado por los nazis.

La hora llegó con Leonard Bernstein que heredó el cetro de Walter hasta llevarlo a una dimensión insospechada. Músico de directores y director de músicos, Mahler le brindó la oportunidad dorada de propagar su música; Bernstein supo tomarla, absorberla hasta hacerla prácticamente suya (SONY 88697 45369).

Ultimo entre los grandes sinfonistas, sus voceros no tardaron en amasar un vastísimo legado discográfico; basta comprobar las numerosas grabaciones integrales de sus sinfonías, sean las pioneras por ilustres como Kubelik, Haitink, Solti, Ozawa a las recientes de Rattle, Chailly, Tennstedt, Boulez y Abbado, imperdible en su nuevo ciclo (DVD-EUROARTS).

Miami tampoco escapó a este tsunami, las inolvidables veladas de la FPO bajo James Judd impregnaron de la mejor tradición un ciclo trunco donde sólo faltaron Séptima y Octava. Tradición hoy revitalizada por Michael Tilson Thomas que agigantándose día a día --para muestra, su ciclo grabado con la SFO-- lo programa asiduamente en la NWS y además brinda solistas como Thomas Hampson, máxima autoridad actual del canto mahleriano. De hecho, al barítono americano le cupo hace días el privilegio de dar el puntapié inicial a las celebraciones trasmitidas desde la casa natal del compositor en Bohemia.

Si el catálogo de Universal es el más completo imaginable, EMI no queda atrás aprovechando la ocasión para editar la obra integral en 16 CD. Una travesía histórica jalonada por Walter y Kathleen Ferrier, Furtwängler (tan exiguo, lamentablemente, en su legado), las señeras Sexta y Novena por Barbirolli, las aportaciones de Giulini (Primera), Margaret Price (celestial en la Cuarta), Elisabeth Schwarzkopf y Dietrich Fischer-Dieskau revelando Des Knaben Wunderhorn con George Szell, las monumentales Quinta y especialmente Octava por Tennstedt, la paradigmática Canción de la Tierra con Klemperer iluminada por Christa Ludwig y Fritz Wunderlich como la impagable Janet Baker en Rückert Lieder. Como postre, el decimosexto CD ofrece ocho versiones de su canción emblemática: Me he apartado del mundo, síntesis del credo mahleriano (EMI 50999 608985). Otro CD doble agrupa sólo adagios de sus sinfonías; el ardid publicitario se justifica: induce a un viaje interior (EMI 608753).

No sabría elegir mi Mahler favorito: Los ojos azules, el final de la Novena o la Segunda Sinfonía con el clamor Cree, serás recompensado --aparentemente Siegmund Freud exclamó ``Ahora creo en la resurrección''--, la de los Mil, Ich bin der Welt y La despedida de Das Lied von der Erde tan doliente como el Réquiem de Verdi, tan eterna como el mejor Mozart. En su cumpleaños, no se me ocurre mejor tributo que agradecerle el habernos cambiado la vida a mí y a miles más, todavía deslumbrados y eternamente agradecidos. •